lunes, 20 de abril de 2009

Los problemas de la enseñanza



Vuelvo a esta esquinita después de unos meses en los que el trabajo me ha tenido más ocupado, además del curso y las prácticas del CAP, que ya he aprobado. Pero no ha sido mi experiencia en la obtención del certificado de aptitud pedagógica lo que me ha decidido a escribir sobre la enseñanza. Ha sido, más bien, el recuerdo de la experiencia docente de mi padre, que serviría para escribir la historia de la enseñanza en España en los últimos 40 años, y también haría su aportación como estudio sociológico del que podríamos extraer muchos y valiosos datos.

Durante mucho tiempo, desde que los gobiernos de Felipe González abordaron la reforma de la enseñanza, mi padre y yo hemos debatido sobre el tema, aunque más bien podría decirse que he asistido a sus lecciones. Y es que la gran certeza que los políticos, tanto el mencionado como sus sucesores, han olvidado –u obviado–, es que son los propios docentes los que conocen la materia y saben cómo hacerla funcionar para evitar lo que en los últimos años se ha vuelto tan común: fracaso escolar, violencia en las aulas y fuera de ellas, drogas...

Cuando se van a cumplir seis años de la jubilación de mi padre, todo esto volvió a la memoria familiar el pasado miércoles, caminando por el paseo marítimo de Cádiz, donde nos encontramos con uno de sus compañeros de fatigas, Pedro Parrilla, catedrático de historia. En los pocos minutos que el tiempo nos dio de tregua –la foto es de otro día, mucho más soleado– hasta que las nubes decidieron descargar violentamente lo que venían largamente anunciando, Pedro nos contó cómo su vocación venía heredada de sus abuelos, padres y tíos, se había transmitido a siete de sus hermanos y él mismo, casi sin quererlo, se la había contagiado a sus dos hijos. Un resumen bien detallado lo podríamos encontrar, nos anunció, en La Voz de Cádiz del domingo anterior, en una entrevista que le habían hecho con motivo de su reciente jubilación. Como no tiene desperdicio, incluyo un enlace para quien quiera leerla.

No hacía ni una hora –es lo que tiene ir a Cádiz con mi padre–, habíamos estado charlando con un ex alumno de aquellos primeros años en los que comenzó a enseñar inglés, además de literatura, francés... y de dirigir el grupo de teatro, llevarlos de excursión... Las batallitas recordadas con uno y otro me hicieron reflexionar, una vez más, sobre el cambio tan drástico que ha sufrido la enseñanza, que ha llevado a unos excelentes y motivados profesionales a prejubilarse para huir de un ambiente hostil y de un alumnado conflictivo y enemistado con todo lo que pueda suponer disciplina o respeto a los demás.

Y comparo lo que me decían en las clases del CAP –“los grupos más conflictivos se deben dejar a los profesores más experimentados”–, es decir, la teoría, y la realidad de la inmensa mayoría de los institutos, en que el último en llegar, literalmente, se tiene que comer el marrón. Mi padre, puedo presumir, fue de los pocos que afrontaron la responsabilidad de ocuparse de los grupos más conflictivos, pero la realidad más común es bien diferente, y explica la multiplicación de las bajas por depresión de profesores titulares e incluso, a veces, de sus sustitutos, lo que conduce a la figura del sustituto del sustituto.

Señores políticos, cuando decidan poner en manos de los docentes la gestión de la enseñanza, empezaremos a ver resultados positivos. Y hablo de docentes experimentados, no de los que emplean sus puestos para medrar políticamente y apenas imparten unas horas de clase para justificar su sueldo.